viernes, junio 09, 2006

RESURRECCIÓN MOCHE


Arqueólogo Régulo Franco y murales encontrados en la Huaca de Cao Viejo.

Cerca del melancólico poblado de Magdalena de Cao, camino a la playa, se yerguen tres jorobas de tierra. Parecen simples colinas pero en realidad son colosales cápsulas del tiempo. La más pequeña, Huaca Prieta, cobija cinco mil años de historia. Empezó a levantarse cuando la agricultura era todavía un experimento porfiado de un grupo de pescadores en harapos. Los buscadores de tesoros saquearon las otras dos, pero no consiguieron destruir sus cámaras secretras que hoy salen a la luz.

Hace diez años llegó aquí el arqueólogo Régulo Franco traído por su mecenas, el millonario y filántropo Guillermo Wiese de Osma. Dueño entonces del banco que lleva su apellido, el viejo quería que su dinero produjera un hallazgo tan grande como la tumba real del Señor de Sipán, que por la fecha era la estrella de la revista National Geographic.

Régulo Franco había estado investiganco polvo muerto en el Templo Viejo de Pachacamac, en Lima. El millonario lo sacó de ahí a toda velocidad. "No pierdas más el tiempo. Tenemos que hacer otro descubrimiento así", le dijo mostrándole la revista recién impresa. No se detuvieron hasta Cao, donde los brujos seguían celebrando viejos ritos en las ruinas que se habían propuesto explorar.

Las excavaciones dieron frutos. En la huaca Cao Viejo se encontraron los primeros murales mochica en relieve de la arqueología moderna. Una legión de formas míticas salió de las profundidades para apoderarse de la vida de los hombres modernos. El degollador arácnido mostró las cabezas recién cortadas. Los prisioneros desnudos con los penes desangrándose empezaron a desfilar penosamente en las grandes plazas. Los oficiantes de los ritos sangrientos volvieron a cogerse de la mano.


Detrás de una pila de adobes se encontró un asombroso calendario compuesto por una miríada de seres míticos, entre ellos reyes que caminan en cuatro patas. Guillermo Wiese murió en 1999 y no pudo disfrutar del más grande hallazgo del valle hasta la fecha.

Casi en la cumbre de la pirámide de Cao Viejo Franco desenterró este año la tumba intacta de la única mujer gobernante conocida hasta ahora en la historia del Perú. Como correspondía al entierro de tremenda dama, con ella habían sido sepultadas sus exquisitas joyas rituales. Pude apreciarlas en los rústicos laboratorios del complejo arqueológico. Más que la regia corona en forma de útero, me gustó una nariguera con alacranes que debió de verse espectacular sobre los labios de la temible reina. En sus brazos momificados caminan arañas y serpientes. La reciente carátula de National Geographic destaca esos tatuajes, algo que hubiera arrancado gritos de dicha al ricachón Wiese.

Una cerámica que reproduce a una curandera imponiendo las manos revela que la reina también era hechicera. La momificación perfecta del cuerpo es otra exclusividad de la tumba descubierta en un patio adornado con deslumbrantes murales a color donde cimbrean los lifes. Los lifes son peces resbaladizos de agua dulce que mis abuelos norteños me enseñaron a disfrutar, pero que ya pocos conocen a pesar de su extraordinario sabor. Me sentí cómplice gastronómico de la soberana. Quizá murió al dar a luz. Tenía veinticinco años. La contemplé diminuta y frágil en una caja que la protege del aire moderno. Un arqueólogo nacido en la zona me dijo sin bromear que se había encariñado con la momia y la consideraba su bisabuela.

Junto a las primeras noticias de su hallazgo, la momia apareció desnuda en televisión, es decir no en poses de glamorosa modelo, sino libre del opulento fardo que la había arropado en su largo sueño. Ciertos grupos indigenistas de América se indignaron por esa falta al pudor. Ahora sus custodios cubren la difunta vagina y los senos tiesos ante la cercanía de cualquier aparato fotográfico. Estuvo 1700 años enterrada mientras los saqueadores huaqueaban a su alrededor, pero ninguno supo encontrarla.

Pocos saben que, desde que llegó aquí, Régulo Franco estuvo cuidando las pirámides con su vida. Antes de los hallazgos que hicieron famosa a estas viejas catedrales moche, el arqueólogo cusqueño tenía que vivir acompañado por guardaespaldas. Durante siglos las huacas de la costa fueron yacimientos mineros. Los huaqueros y los dueños blancos de las extintas haciendas extrajeron enormes riquezas -joyas de oro, textiles, cerámicas de lujo- sin rendirle cuentas ni siquiera a su conciencia. La costumbre empezó con los conquistadores españoles, que saquearon las soberbias tumbas del imperio Chimú en Chan Chan, donde los soberanos se habían hecho enterrar hasta con 300 súbditos y con cantidades de tesoros equivalentes a su poderío.

Régulo no hizo caso de las amenazas de muerte ni de los sabotajes viles que los huaqueros y los traficantes de riquezas prehispánicas infligieron a su trabajo. Su labor científica dejaba sin sangre al lucrativo tráfico de reliquias que había convertido el venerable suelo moche en una coladera. Régulo entendía que su misión era salvar la historia. Y que era una misión predestinada.



A mí entender el pasado nos está enviando mensajes, quizá órdenes. El hallazgo en 1987 del señor de Sipán desató una profunda revolución cultural en el norte peruano. El cadáver de un rey muerto dio más lecciones que cien ministros de educación. Los lambayecanos ahora miran hacia su pasado con tanto orgullo como los cusqueños. La Señora de Cao se acaba de levantar de su cápsula del tiempo para continuar su gobierno completamente muerta. Los moche creían en la vida después de la muerte. Pero quizá no era el tipo de vida que habíamos imaginado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es muy buena la labor de difusión de nuestro patrimonio cultural y pasado histórico. Gracias por hacer este tipo de investigaciones que motiva a los estudiantes y docentes.
Greta Fuentes

Anónimo dijo...

Gracias intiresnuyu iformatsiyu