sábado, junio 03, 2006

Lima Bizarra

La ciudad creció hacia abajo

Lima no necesita alcaldes cusqueños que se ufanen de plantar pastelones de cemento en las plazuelas vacías. No, Daniel Estrada, recio paridor de la torre de Pisa incaica con su Pachacútec haciendo equilibrio, octava maravilla del mundo moderno y primera cosa que uno ve angustiado cuando llega al Cusco, esta ciudad no te necesita.


Tampoco a usted, actual alcalde qosqoruna que ya quisiera gobernar desde Sacsayhuamán, ideador del monumento a la papa amarilla (¿con su ajicito?) y, por supuesto, de otro, su propio, Pachacútec de dieciséis metros, para que la turista 600 mil que recibió con orgullo fujimorista la señorita Beatriz Boza vea que lo que todo peruano ambiciona cuando se le sube el poder es ingresar a libro de los récords Guiness.


La libre competencia comercial y hasta la libertina competencia religiosa en Lima están superando a la más impetuosa gestión de cualquiera de los burgomaestres cusqueños. Y, según llegan las noticias con urgencia de desastre, la cosa se extiende a otras provincias.


En Chiclayo, al contrario de lo que podría suponerse, no se ha elevado un monumento de concreto imitación barro en honor del Señor de Sipán. Se ha hecho algo peor: el llamado Paseo de Las Musas, con su Partenón de cinco metros de altura, sostenido, cómo no, por cuatro conjuntos de sus respectivas cariátides norteñas de marmolina. También tiene macetas helénicas, bancas peripatéticas y todo, pues, lo que el pujante pueblo lambayecano anhela para sentirse como una metrópoli igualitita a las de Europa, ¿di?
Los rosáceos arcos sin triunfo del parque de Miraflores, con esos pesados frontis que parecen hechos por alguien que odia la vista de los árboles, no por hermosos sino por ser miraflorinos se han puesto de moda en las plazas de armas de los pueblos del interior peruano. Fueron calcados sin gracia y peor pulso, luego de un visita turística de sus autoridades ediles que, demoliendo bellas delineaciones coloniales para reemplazarlas por esos engendros de cemento, creían que le quitaban el olor de olluquito con charqui a su gestión.


Y la Lima enchufada, globalizada y embarazada de ochomillonillizos tiene su toque de Nueva York, un poquito de Calcuta, una pizca de El Cairo, un aire de Hong Kong, un kilo de Tokyo, amén de vírgenes que dan vueltas sobre su eje sin marearse, monumentos en forma de un buitre comiéndose aliancistas, restaurantes a lo castillo de la Bella Durmiente que de sólo verlos indigestan, templos como chifas, chifas como templos y hasta una nueva sede del Colegio de Arquitectos –que reemplaza a la que volaron los senderistas– que todos confunden con la fábrica de Celima o de Pisopak: es un monumento a la mayólica. Si no sonara a herejía, diríamos que cómo no ponen otro camión bomba, caracho.
Pase usted, querido lector, por la avenida Ricardo Palma, en Miraflores. Verá lo que le parecerá la nueva sede de la embajada de Egipto, pero no. Tampoco es una exposición de los tesoros de Tutankamón, enviada piconamente por la tierra del Nilo para malograr la muestra del Señor de Sipán. Esos gigantes de cemento rosado que provocan el curioso manoseo de los transeúntes para saber de qué están hechos, no son versiones talla Margarito de las máquinas de estafa en forma de faraón que leen la suerte por un sol y ayudan a decorar media ciudad. No. Se trata del disparatado exorno de un nuevo salón de juegos,el Memphis, que abrirá donde estuvo el honorable café Liverpool, cerrado por la Sunat (no era tan honorable entonces), institución que debería crear un impuesto a la huachafería, con redada y cierre de local.


Al frente de estos monigotes se eleva el majestuoso restaurante Villanova, carísima obra arquitectónica erizada de tejados verdes que le dan a Miraflores un novedoso aspecto de palacio de diversiones de Orlando. ¡No, por favor, ningún anfitrión lo atenderá disfrazado de ratón Mickey! Por lo menos, sus cocineros sí tienen buen gusto.


Pero, hay otro engendro de igual laya en la avenida Prescott, San Isidro. Quienes miran y remiran esas lunas oscuras empotradas en un frontispicio neoclásico sobre escalinatas palaciegas y columnas rojas, no lo relacionan con la función simple de ir al chifa y pedir una inca kola con tus wantanes. Unos creen que es un templo de nueva secta californiana que quiere competir contra la iglesia de los Mahikari (otra pagoda mastodóntica en Lince, donde algunos, creyéndolo chifa, terminan recibiendo impostación de manos). Pero en realidad es un restaurante cuyo nombre le cae bien: Royal, el mismo alias de las mazamorras. Es un restaurante chino, con dueños chinos auténticos, de Hong Kong, señol, quienes no aguantaron la nostalgia y construyeron tamaña casona con el mismo estilacho escénico de película de Bruce Lee con que se construyen los restaurantes por allá.


Vayamos ahora a la avenida Alfonso Ugarte. El Museo de la Cultura Peruana (nótese las mayúsculas) tiene ya cincuentaiún años, pero todavía siguen confundiéndolo con una tienda de artesanías de la avenida La Marina. En realidad tiene la misma pinta: paredes de cemento imitando muros de piedra, concepción grandilocuente y turística de la vida, donde se mezclan a la prepo las arquitecturas inca y tiahuanaco, representada ésta por un par de guardianes monolíticos que entusiasmarían a Indiana Jones.
Dirijámonos a la avenida Pershing. No existe salón de juegos como el New York New York. Y de seguro no lo habrá. No puede haberlo. El decorador ha querido inocentemente, y para alegría ocular de los transeúntes, representar en una sola esquina limeña toda la magia y colorido de la ciudad de los rascacielos. Una estatua de La Libertad, una versión llavero del Empire State Building, muchos edificios con ventanitas de colores. Qué lindo. Este tipo de locales da ese ambiente de ciudad cosmopolita a Lima. ¿Pero por qué mejor no lo construyeron en Huacho?
Finalmente, vamos al templo de los Hare Krishna, disimulado en el kilómetro 32 de la carretera central. Uno ve allí surgir entre las ramadas unas cúpulas rosas como huevos de corral. Entre y vea al Taj Majal de Chosica, sólo que hecho de cemento, con altorrelieves de cemento y lunas de fibra de vidrio. Nos explican las criaturas entunicadas que viven allí que el edificio, inaugurado en 1990, recoge el estilo de varios templos hinduistas (un elefantito de Madras, un pavorrealito de Bramaputra, un Krishnita de Bombay) y que son felices comiendo yogur. ¡Dichosos quienes viven en un cómic!
¿Por favor, cuál es el número de la compañía de demoliciones?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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hola, tuve la suerte de leerte... eres el segundo idiota que conozco en mi puta vida... felizmente eres menos idiota que el primer idiota a quien conoci sin embargo ambos tienen un tremendo grado de idiotez...